el lugar… más deseado.
Ay señora mía,
doncella, que ni vives, ni estás
que ni sientes, ni padeces,
pero que te sufro… como si viva estuvieses.
Ay de mí….
Campos de la Mancha
tierra que tus ojos otean,
para ver si llegan mi escudero y mi jamelgo,
donde se asienta mi armadura,
y descansan mis huesos
para entregar un recado al amor que no poseo.
Dulcinea de estrecho talle y delicada feminidad,
de sensual aliento y profundo mirar,
allí donde estás tú
está mi estrecho recordar.
Mi idea, mi pensamiento,
mi imaginación,
mi nostalgia de no verte,
porque no vives,
ni respondes
a este hidalgo inexistente.
¡Ay dulce, Dulcinea!
Ay dulce… de tu no mirar,
porque al no estar no te veo,
y tu vista a mi hidalguía no
llega,
porque, simplemente, no estás.
Ay dulce y hermosa entre las manchegas,
que envidian, que yo
tu hidalgo sea,
porque como yo nadie batalla
con las gigantescas aspas,
que ante mí se inclinan, por
miedo,
cuando ven llegar mi lanza.
El Toboso te admira, te ama,
te idolatra
por ser excelsa hija
de aquel, que manco fue
y que creó nuestra historia.
La de éste que, como espíritu
en ausencias,
se rinde, por presto querer llegar
a ti,
pero las vergüenzas me obligan
a que aquel que me defiende
se ofrezca, para entregar mi
tesoro
a quien no ve, ni oye, ni
respira
porque… simplemente, no está.
Ay tierra mía,
ay hogaza de pan,
que mis manos sueñan alcanzar,
querer, quiero yo un poco de
trigo,
un algo de caldo fino
del que embriaga mi sentido,
porque nada encuentra, al ser
en mi estómago recibido.
Amada mía, dame un poco
de aquellas aguas espirituosas,
del manantial de tus sentires
para seguir viviendo en este
torreón de absurdos,
donde el miedo
apenas me permite
imaginar que lucho, conquisto
amo y muero en este absurdo
sueño
del Toboso, contigo...
¡Mi Dulce...
Emperadora de la Mancha!
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